viernes, 22 de agosto de 2014

Las visitas a Arjona del eminente Cardenal Moscoso Sandoval


      La aparición los días 12 y 13 de  octubre de 1628 de numerosos huesos entre vestigios de instrumentos de martirio, “piedras quemadas, carbones y cenizas” en las inmediaciones del recinto amurallado de Santa María, algunos de los cuales atribuidos a los jóvenes mártires Bonoso y Maximiano, propiciaría, en un contexto de prodigiosas apariciones de luces y resplandores, un intenso movimiento religioso que irradió en cuestión de unos días hacia las poblaciones vecinas, expandiéndose poco después a distintos puntos de las provincias de Jaén, Córdoba, Granada y Málaga.
      No pudo asistir a dichos descubrimientos el entonces Obispo de la Diócesis, el Cardenal D. Baltasar Moscoso y Sandoval, por hallarse en Madrid. “Pero, apenas pudo dejar la corte, regresó a su diócesis, viniendo directamente a Arjona”. 
      Era la primera vez que visitaba la villa de Arjona. Y el recibimiento de que fue objeto el mitrado fue de lo más solemne. Por un acuerdo capitular, fechado el 19 de febrero de 1629,  sabemos que el concejo, conocedor de la inminencia de su llegada invitaba a “que salga la villa a recibir al Cardenal, con su cabildo a caballo, hasta el Salado y con el mejor ornato que se pueda.
      Llegó el Cardenal acompañado de su padre, el conde de Altamira; el marqués don Cristóbal Moscoso, oidor de Granada; de don Bernardo de Alderete, canónigo de Córdoba; de don Gabriel Saro, y del obispo de Nápoles” y enseguida se hace cargo de la situación: Ordenó hacer procesión general y proseguir con la cava” al tiempo que tomaba declaración a testigos de Arjona, de Arjonilla, Villanueva, Andújar, Marmolejo, Jaén, Granada, Montoro, Porcuna, Beas, Castro del Río, Torredonjimeno y Alcalá la Real.
      Para entonces, los hallazgos de las reliquias y los fenómenos prodigiosos que en torno a las mismas se producían habían cobrado una trascendencia tan extraordinaria entre las gentes del pueblo, que sus ecos sobrepasaron con largueza los límites geográficos de la diócesis jiennense hasta el punto que su conocimiento llegó, precisamente por iniciativa del mismo Cardenal, no sólo al monarca, Felipe IV, sino al propio pontífice, Urbano VIII.
      Así el 27 de marzo de 1630 escribía el Obispo de Jaén al rey con el relato de los hechos más relevantes acontecidos, y al año siguiente, coincidiendo con su visita “ad limina” al Vaticano, entregando en persona un memorial de los hechos al pontífice “suplicándole se sirva de elegir el orden que para la calificación de estos huesos, sea de mayor servicio y gloria de N. Señor y honra de sus Santos.”
      Ese mismo año, 1631, vuelven a aparecer las luces. El prelado, celoso garante de las orientaciones de Trento, alentadoras al pietismo y culto devocional a la Virgen y a los Santos, como reacción a la creciente influencia de los movimientos reformistas liderados por Lutero,  regresa a Arjona con el propósito de retomar las declaraciones a testigos de visiones tan maravillosas, canalizando y estimulando  con su presencia la devoción popular hacia el fenómeno religioso surgido en el otoño de 1628 . Para entonces, ya habían prestado declaración más de ochocientos.
      El jesuita P. Antonio de Jesús María sostiene en cambio que el Cardenal se encontraba por aquel entonces en Roma para participar como miembro de la delegación hispana en la Congregación de Obispos y Regulares, convocada por Urbano VIII. (*)
      Sea como fuere, lo cierto es que, la multitudinaria llegada de peregrinos para venerar las reliquias expuestas entonces en la iglesia de Santa María no paraba de crecer cada año, circunstancia ésta que debió influir en gran medida en la primera autoridad diocesana para promover la erección de un santuario donde pudieran custodiarse y recibir la veneración y devoción de los fieles.
      ‘Será Dios servido- escribiría el Sr. Moscoso y Sandoval el 4 de mayo de 1633- vaya yo presto a Arjona para que hagamos luego a los Santos Bonoso y Maximiano alguna capilla donde poder hacer misa y encomendarse a los Santos los que llegaren al santuario con la devoción que se merece.”
Imagen del Santuario a comienzos del pasado siglo
      La siguiente visita se produjo en algún momento de 1635. Vuelve a Arjona D. Baltasar para “inquirir por sí mismo el estado en materia tan inmediata a la Gloria de Dios en sus Santos. Para asegurar cuanto le fuese posible el acierto, llevó consigo personas Religiosas, Insignes en Letras y Venerables por su Virtud, con cuya asistencia se averiguase mejor la verdad y se discurriese qué se debía hacer con mayor madurez”.
      No debió quedar en el olvido en el curso de esta visita la idea que rondaba al prelado desde hacia varios años de erigir un santuario dedicado a los recién nombrados patronos de la villa, ya que el 30 de septiembre del mencionado año comienzan las tareas de derribo de tapias y allanamiento de terrenos en las inmediaciones de la Ermita de San Nicolás. Y dos días después, el 2 de octubre, la apertura de zanjas para iniciar la cimentación del edificio.
      Desestimado, sin embargo, este primer emplazamiento, se paralizan las obras hasta tanto se decide un nuevo enclave considerado más idóneo, que, a la postre, terminaría siendo a continuación de la entrada al Alcázar, ‘entre la torre de la Vela y la del Rastrillo o de los Santos”.
      Por un capitular del cabildo de la villa fechado el 6 de mayo de 1636 sabemos que el Sr. Moscoso y Sandoval se encontraba en Arjona “tratando de que se haga un templo a la advocación de San Bonoso y San Maximiano, patronos de esta villa, y para… una religión de frailes que  cuide de ello.  A esta villa –continuaba- le ha parecido que lo más cómodo para contento de los fieles, sea la Orden de Nuestro Padre Francisco, de los Recoletos; para los cuales pidieron … y suplique al señor Cardenal como por él lo hacen, se sirva de dar licencia para las dichas iglesia y fundación del dicho convento; que con ello esta villa  recibirá muy grande merced”.
      La preocupación y celo del Cardenal por levantar el santuario es patente si consideramos la documentación epistolar a este respecto. Ya el  30 de septiembre de 1639 el Obispo de Jaén remite un despacho al Arcipreste de Arjona animándolo a retomar a la menor brevedad posible las obras del santuario, paralizadas cuatro años atrás por la búsqueda, de un mejor emplazamiento y la carencia de un maestro mayor que las dirigiese.
Otra vista  del templo edificado a instancias del  Cardenal Moscoso Sandoval
       Al final las obras se retoman el 12 de noviembre a continuación de la puerta del Alcázar ‘entre la torre de la Vela y la del Rastrillo o de los Santos’. Se demuele la Torre de los Santos y once días despues, se abren las zanjas para levantar los cimientos.
Dos meses antes, no obstante, la primera autoridad diocesana había venido una vez más a Arjona para tomar parte en los actos religiosos de la Fiesta a sus Santos.
      “El día 21 de agosto –cuenta el presbítero Jerónimo Gil Mena- celebró Misa de Pontifical en Santa María del Alcázar, y luego asistió a la procesión que discurrió por donde suele ir la del Santísimo Sacramento el día del Corpus Christi, acompañado de ilustres personalidades y ministros, entre los que se encontraba el P. Villegas, que ese mismo año terminó e imprimió su memorial”.
      “En la víspera –según cronicó este sacerdote arjonero- aparecen por la noche muchas luces y cruces milagrosas formadas en el aire sobre el santuario y no se trató de hacer información jurídicas de ellas, así por estar ya hechas tantos años anteriores, como por ser tan notorias y continuas en los presentes con lo que pareció superfluo este cuidado, y sólo lo puso su Eminencia en celebrar la fiesta con la grandeza, piedad y celo cristiano como en otros años se ha celebrado.”
      No volvería el Cardenal a Arjona hasta octubre de 1646, justamente cuando abandonaba Jaén para tomar posesión de la nueva responsabilidad encomendada, el Arzobispado de Toledo.
      Fue la última vez que vino a la villa de Arjona.  El Cardenal partiría de la capital del Santo Reino el día 8 por la tarde, después de agasajar con respetuosa visita y orar ante la imagen de la Virgen de la Capilla, en la iglesia de S. Ildefonso. Después, emprendería el camino que le habría de llevar a la villa  de Arjona,  donde llegaría de noche.  Le acompañaban cuatro Comisarios de la Ciudad y cuatro de la S. I. Catedral.
       El Cardenal pernoctó en la villa y al día siguiente, “después de haber visitado el Santuario” que se hallaba en obras, despidió a los ocho Comisarios, no sin hacer “suma estimación de su Cortejo”. Y “aunque todos traían orden de no volverse hasta dejarle en Toledo”, sale sin ellos de Arjona con el resto de la comitiva en dirección a Villanueva de Anduxar, donde oró ante la imagen de Santa Potenciana. 
      Desde allí se dirigió finalmente a San Esteban del Puerto, “último lugar del Obispado sin levantar la Cruz Patriarcal, por particular atención a su Primera Esposa”. Estando en esta villa recibió Carta del Cabildo de Toledo y del Deán, notificándole de la toma oficial de posesión de su nuevo nombramiento con fecha de siete de octubre.
      Comenzaba el Cardenal una nueva etapa de su ministerio que le situaría al frente del Arzobispado de Toledo hasta el mismo momento de su fallecimiento, el viernes 18 de  septiembre de 1665.


Imágenes de S. Bonoso y S. Maximiano, titulares del  templo-santuario

(*) En 1630 inicia su viaje a Roma para participar en la Congregación de Obispos y Regulares convocada por el Papa Urbano VIII. Deja al gobierno del Obispado a su provisor, Dtor. D. Eugenio de Chirivoga, a la sazón Canónigo de Jaén y Arcediano de Baeza.
      Sale de Jaén y se dirige a Madrid para saludar al rey. Desde allí marcha a Lérida camino de la Ciudad Eterna. Estando en Italia,  le llegan noticias de España comunicándole la muerte  de su hermano Melchor, Obispo de Segovia, el 30 de agosto de 1632.
        Su dilatada estancia en tierras italianas es aprovechada por el Cardenal para realizar numerosos viajes por varias ciudades italianas donde visita innumerables conventos y casas de caridad.
      Regresa en el verano de 1633 a España. En septiembre llega a la capital de España, visita la tumba de su hermano y la provee de un epitafio que encarga para loar las virtudes del finado. Después de realizar otras gestiones en Madrid, regresa finalmente a Jaén.


BIBLIOGRAFÍA:
-ANALES DE LA CIUDAD DE ARJONA. Autor: Santiago Morales Talero. Madrid, 1965.     
-PRIMERA MISA DE PONTIFICAL celebrada en la Fiesta de Santos por el que fuera Obispo de Jaén el EMMO. CARDENAL MOSCOSO Y SANDOVAL. Autor; Jerónimo Gil Mena. Artículo del libro ARJONA: ANTOLOGÍA DE ARTÍCULOS DE LOS PROGRAMAS DE FIESTASANTOS. TOMO II.
D. BALTASAR Y MOSCOSO Y SANDOVAL. Autor: F. Antonio de Jesús María. Madrid, 1680. 
-La imagen de portada se ha tomado del libro D. BALTASAR Y MOSCOSO Y SANDOVAL. Autor: F. Antonio de Jesús María. Madrid, 1680
-Las imágenes del Santuario pertenecen a la publicación D. LOPE DE SOSA, dirigida por Alfredo Cazabán. Abril 1913.

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